martes, 8 de enero de 2008

LONGINO

Pero uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza, y seguidamente salió sangre y agua.
Y el que lo vio, da testimonio, y su testimonio es veraz, él sabe que dice la verdad, para que vosotros creáis.
Pues todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura:
«No se le romperá hueso alguno».
Y también otra Escritura dice: «Verán al que traspasaron».
Evangelio según San Juan, 19,34-37

Ya se acerca nuestra Semana Grande, la Semana, para la que trabaja todo el año la Hermandad. Donde damos testimonio publico de nuestra fe con Dios y Jesucristo, donde sacamos a nuestros Sagrados Titulares a la calle, como un acto mas de culto hacia ellos.
En el paso de Misterio de nuestra Hermandad, además de nuestro Titular el Stmo Cristo del Amor, existen dos figuras que lo acompañan, Maria Magdalena y Longino, en el momento de sacar la lanza del costado de Jesús.
¿Pero qué sabemos de este ultimo personaje?. Puesto manos a la obra me he dedicado a documentarme sobre este centurión romano, y esto es un breve resumen de lo que he podido encontrar. Existen mil y una historia sobre este personaje, pero, quizas esta sea la mas creible entre todas.
El nombre de este centurión era Gayo Casio, y asistió a la crucifixión como representante oficial del procónsul, Poncio Pilatos. Las cataratas que tenía en los ojos impedían a este veterano soldado tomar parte en las batallas con su legión, y en lugar de ello, se ocupaba de informar acerca del panorama político y religioso de Jerusalén.
Durante dos años, Gayo Casio había observado e investigado las actividades de un tal Jesús de Nazaret, el cual decía ser el Mesías y daba la impresión de negar la autoridad de la ocupación romana de Israel.
El centurión romano observó como los legionarios llevaban a cabo la ejecución de Jesucristo y al igual que ellos, se sintió impresionado por la valentía, la dignidad y la compostura del nazareno en la cruz.
Isaías había profetizado en relación al Mesías: «No se le romperá hueso alguno». Anás, el anciano consejero del Sanedrín, y Caifás, el Sumo Sacerdote, pretendían mutilar el cuerpo de Cristo a fin de probar ante el pueblo que Jesús no era el Mesías, sino un simple hereje y un potencial usurpador de su propio poder.
Las horas pasaban y este hecho les proporcionó la excusa que necesitaban, ya que Anás era una autoridad en lo que a la ley se refiere, y la ley judía decretaba que ningún hombre debía ser ejecutado el día del Sabbath. Sin pensárselo dos veces, solicitaron a Poncio Pilatos que les concediera la autoridad para quebrar los huesos del hombre crucificado, a fin de que muriera el viernes por la noche.
Al objeto de cumplir este propósito, un grupo de la guardia del templo fue enviado al monte de Gólgota.
En el momento en que los enviados del templo se dirigían al Gólgota, llevaban la Lanza en nombre del hijo de Herodes el Grande, en calidad de símbolo de la autoridad para quebrar los huesos de Jesucristo. Cuando el grupo del templo llegó al escenario de la crucifixión, los romanos se volvieron de espaldas manifestando su repugnancia. Tan sólo Gayo Casio fue testigo de la escena en que los soldados aporrearon y aplastaron los cráneos y los miembros de Gestas y Dimas, los ladrones que estaban clavados en sendas cruces levantadas a ambos lados de la de Jesucristo.
El centurión romano se sintió tan espantado ante la brutal mutilación de los cadáveres de los dos ladrones y tan conmovido ante la resignación humilde y valerosa de Cristo a la crucifixión que decidió proteger el cuerpo del nazareno.
El centurión guió a su caballo hasta la gran cruz del centro y clavó la Lanza entre la cuarta y la quinta costilla del nazareno. Esta forma de clavar la Lanza era la que se empleaba en el campo de batalla cuando querían asegurarse de que un enemigo herido había muerto; porque la sangre no fluye de un cuerpo sin vida. Aun así «seguidamente salió sangre y agua».
No se sabe si el veterano oficial arrebató el talismán del poder de las manos del capitán israelí para hacer lo que hizo, o si llevó a cabo esta acción de misericordia con su propia Lanza. No hay prueba histórica alguna que deje constancia del arma que utilizó para cumplir sin darse cuenta la profecía de Ezequiel: «Verán al que traspasaron».
A Gayo Casio, el cual había llevado a cabo un acto marcial con la compasiva intención de proteger el cuerpo de Cristo, se le empezó a conocer con el nombre de, Longino, el hombre de la Lanza. Se convirtió al cristianismo, y los primeros miembros de esta religión en Jerusalén empezaron a venerarle como héroe, como santo.

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